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miércoles, 24 de agosto de 2011

Desconectar

El camino de entrada, una curva continua que descendía por la ladera de la colina, tenía unos mil doscientos metros de largo. Ivy caminó hasta llegar abajo del todo. Después del empinado camino de vuelta, por fin sintió que su cuerpo estaba cansado, pero su mente continuaba despierta y todavía tan inquieta como los árboles que se agitaban con el viento. Era como si hubiera algo que tuviera que recordar y no pudiera dormir hasta que no lo hiciera..., pero no tenía ni idea de qué se trataba.

Cuando llegó de nuevo a la casa, el viento había cambiado y un aroma acre y húmedo inundó la colina. Hacia el oeste, los relámpagos destellaban y proyectaban imágenes de nubes que parecían montañas altísimas. Ivy anheló una tormenta de relámpagos brillantes y viento que liberara lo que fuese que se hallaba agazapado en su interior.

Oyó el largo pitido de un tren nocturno cuando éste cruzó el puente y se apresuró a atravesar la pequeña estación que se encontraba mucho más abajo, a gran distancia de la casa.
Su mente vagó tras el solitario sonido del pitido e Ivy sintió que se desvanecía acunada por el grave rugido de los truenos en las colinas distantes.

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